Saturday 20 March 2010

Arne Jacobsen, el danés de los huevos de oro



Quién sabe cómo se quedaría Arne Jacobsen (Dinamarca, 1902-1971) si pudiera ver a los concursantes del Gran Hermano británico sentados en uno de sus diseños emblemáticos –la silla Huevo– para el momento confesión. O si se pellizcaría al ver una de sus cuberterías en la mítica 2001: Una odisea del espacio. Y es que el perfeccionista modernista, como se conoce a este arquitecto danés, revolucionó el diseño de interiores del siglo XX, siguiendo las premisas del funcionalismo nórdico y aspirando a la creación total, “desde la cuchara a la ciudad”. Su personalidad exigente y obsesiva, su talento como pintor y su temprana alianza con el fabricante Fritz Hansen son las claves del éxito de su legado.

Cuando tenía 23 años, Arne ganó una medalla de plata en París por uno de sus primeros diseños y al recibir por correo el programa, su padre leyó con sorpresa “el artista Arne Jacobsen”. Entonces, lo miró y le espetó “esto debe ser un error, tu estás demasiado gordo para ser un artista”. De esta anécdota se derivan dos hechos: uno, la inicialmente nula sensibilidad de Johan Jacobsen para percibir el talento de su hijo; dos, que el conocido apelativo de el hombre gordo lo llevó el arquitecto desde muy joven. Como el confesaría “en mi colegio interno nos daban de comer mejor a los alumnos que a los profesores, y ahora hay que estar a dieta”.

De marino a arquitecto

Dietética aparte, tras una temporada como marino, aprendiz de albañil en Alemania y matriculado en la escuela de formación profesional, el tenaz Arne consiguió el consentimiento familiar para estudiar Arquitectura en Copenague y, así, volver del revés la historia de la arquitectura y diseño internacional de la época. No en vano, su talento se vio recompensado nada más dejar la universidad. En 1929 ganó un concurso con su versión de La casa del futuro, el primer exponente de arquitectura modernista en Dinamarca. Gracias a este logro, tres años después trabajó en su primer gran proyecto, el teatro Bellevue. Aquí conoce a Fritz Hansen, que fabricó las sillas del recinto, y cuya empresa aún fabrica todas las sillas con sello Jacobsen.

Pero será con la silla Hormiga cuando el tándem Jacobsen-Hansen empiece un fructífero periodo creativo. No en vano, es la historia de la silla la que demuestra que arquitectos tan reputados como Le Corbusier o Van der Rohe, no se rindieron hasta conseguir su modelo perfecto. Y es que se trata de un elemento decorativo en el que funcionalidad y estética van intrínsecamente unidos. Y en el que la personalidad de su creador puede reflejarse y perdurar como un clásico. Así, conociendo la actitud funcionalista de Jacobsen, su obsesión por los materiales y el uso de los avances tecnológicos, así como su interés en abarcarlo todo en sus proyectos, el diseño de una o más sillas emblemáticas era algo que no podía hacerse esperar.

La silla Hormiga

“Cualquiera que sepa sobre construcción sabe que el espacio se está reduciendo cada vez más, por lo que los muebles han sido recluidos a un espacio mínimo”, afirmó Jacobsen. “Yo he hecho mis sillas para que puedan ser apiladas y dejar el suelo libre. De hecho me llevó un año sacar a la luz la primera silla que diseñé, la Hormiga. Y es que fabricar una silla en serie supone poner en marcha una maquinaria enorme y costosa. Yo mismo la modelé para conseguir su correcta curvatura, decisiva para la posición de sentado. No se puede ver la talla, pero se siente. Se está a gusto cuando se descansa en ella. Solo entonces es cuando podemos hacer que su apariencia se corresponda con nuestro punto de vista de lo que es bello”.

La silla Hormiga supuso un hito en diseño, al ser la primera en la que respaldo y asiento formaban parte de la misma pieza. Al talento casi escultórico de Jacobsen se añadió la brillantez tecnológica de Fritz Hansen, que con este modelo se aseguraría un futuro lucrativo y exitoso. Pero esto sería solo el principio de un catálogo que aún hoy oferta el fabricante danés. Por orden cronológico llegarían la silla modelo 3108, usada en el Banco de Dinamarca; el modelo 3130, conocida como la Gran Prix, ya que ganó este premio en la feria milanesa; y la popularísima y más vendida de todas, la silla Siete.

Habitación 606

Pero si el minimalismo y la sobriedad estaban presente en toda su filosofía creativa –“lo más fino posible, y nunca en medio”, decía–, su pasión por la jardinería y los paisajes ajenos a toda manipulación humana fueron su mayor contradicción, reflejada al fin y al cabo en las formas orgánicas de sus dos magnas obras: las sillas Huevo y Cisne. Ambas piezas fueron creadas en 1958 para su más célebre creación arquitectónica, el modernista Royal Hotel de Copenague. Aún hoy se conserva intacta la habitación 606 tal y como la ideó Jacobsen. Un fetiche digno de ser visitado.

Sofisticada, minimalista y divertida. La silla futurista conocida como Huevo cumplirá pronto medio siglo y está más en voga que nunca. Se vende por mil a unos 7.000 euros, con precios más razonables si buscamos una imitación. Aunque “se puede notar enseguida la que no es original”, advierte Hans Helleskov, portavoz de Fritz Hasen.

La curvilínea silla Cisne, cuyos brazos reposan cual alas del ave acuática, chocaban con el diseño modernista y rectilíneo del hotel, comparado con una caja de cerillas. Años más tarde sería Norman Foster quien escogió la silla danesa para decorar su edificio londinense Gherkin (acuñado así por los ingleses por su forma de pepinillo), otorgándole un envoltorio totalmente opuesto, aunque no menos sofisticado.

Oxford

También en Inglaterra se encuenta uno de los trabajos internacionales más celebrados de Jacobsen, el colegio universitario de St Catherine. Polémico en su momento, por ser el primer extranjero con un encargo de este tipo, el resultado tuvo su merecido reconocimiento en la posteridad, con clásicos aún en fabricación como las sillas Oxford o la cubertería modernista que todavía hoy utilizan los estudiantes del centro para sus comidas cotidianas. ¿Serán conscientes estos avezados pupilos del diseño que les rodea? “La gente compra una silla y les importa un comino quien la diseñó”, diría al sacudirse con realismo la vanidad.